Gloria arnanz Ayuso

Gloria arnanz Ayuso
Bienvenido a este pequeño rincón de mi alma, que descubro a todo aquel que con cariño y respeto quiera conmigo compartir. Deseo poder trasmitir y contagiar lo mejor de mí; Mi alegría, mi positividad y mi entusiasmo por la vida esperando que disfruten como yo lo hago

LOS CUADROS DEL ABUELO LEANDRO

A MI ABUELO LEANDRO UN GRAN MAESTRO 
Y UN GRAN PINTOR

leandro ayuso
(autorretrato)

Es triste ver la cantidad de artistas que como él, pasan por la vida sin el mas mínimo reconocimiento.Se marchan dejándonos todo un legado de sensibilidad y belleza .
Dejo aquí algunos de sus cuadros para que la gente los vea .Y vaya para el este pequeño homenaje, de su nieta que tanto le quiere. Gracias por tanta ilusión y alegría como nos has trasmitido, la misma con la que hacías todas las cosas  







                                                                             





 





                       











                                             





Expongo aquí un comentario muy bello, que alguien que le conoció ha puesto en esta pagina (muchas gracias Jesus Angel)

"El artista, Gloria, perdura siempre en su obra aunque nos falte. Murió tu abuelo, pero el pintor sigue ofreciendo, generación tras generación, toda la belleza que creó en su día. Más que esperar su propio reconocimiento, el artista lo que espera es que alguien acabe reconociéndose en su obra. Y eso, tarde o temprano, siempre ocurre. El verdadero artista, lejos de cultivar su propio ego, lo que pretende cultivar son sensibilidades, porque sólo así se entiende el fin (y el origen) de su arte: el arte como don, como don recibido, sí, pero para ser donado, como don destinado a producir en un tercero una experiencia estética."
"Siendo el arte cosa de tres (del Creador, del recreador y del destinatario último) siempre va a existir ese alguien que acepte agradecido la oferta del artista, alguien sensible al que la ofrenda le sea agradable, alguien que encuentre el disfrute propio en el arte de otro, alguien que necesariamente se asombre y se conmueva ante la obra – como trasunto que es de la Belleza suma, de la Armonía divina  –  e inevitablemente se rinda ante el autor que la firma."
"Lo que Dios inspira el artista lo propone, y siempre hay alguien lo acepta (que no todo lo que sembró el sembrador a voleo cayó en tierra yerma o a la vera del camino); más difícil es que ese alguien tenga ocasión de manifestar ese asombro y su posterior agradecimiento. Y eso precisamente es lo que tú me brindas en este espacio. Un espacio que – dicho sea  – para mí ha resultado un feliz hallazgo, por la sensibilidad con que trenzas literatura, espiritualidad y pintura, tres inquietudes que también yo tengo. Y, por si ello no fuera suficiente causa de empatía, héte aquí que me encuentro en este blog un sentimiento que bien conozco, un sentimiento que está expresado con una letra que no es la mía pero que se le parece mucho: el amor declarado a un pueblo, a Villar de Pedroso, el pueblo de tu madre y el pueblo mío."
"Si hablamos de tu abuelo, D. Leandro Ayuso, convendrás conmigo en que estamos hablando de todo un humanista, de un hombre con una mente privilegiada y con unas manos tan prodigiosas que se diría de otro tiempo, pero que supo poner luz como nadie en su propia tierra cuando más se necesitaba. Su indumentaria al uso (le recuerdo con sombrero y sin sombrero, con cachimba y sin cachimba, y muy frecuentemente con guayabera) nunca consiguió ocultarnos al hombre del Renacimiento que en sí llevaba (y al que nunca quiso sacar de Villar del Pedroso, para bien nuestro)."
"Tu abuelo Leandro Ayuso era mucho D. Leandro… Mi admiración por él no sé concretamente cuando nace, pero sí sé precisamente de dónde: de donde yo he nacido, de mi propio padre. Él me enseñó a admirar a su maestro. De él hablaba y hablaba sin repetirse, cuando hablar en familia al amor de la lumbre era un verdadero arte. Rara era la noche en que el niño que yo fui no conseguía que su padre se acabara levantando de la silla de enea, se dirigiera al baúl que los dos sabían, y volviera cargado de ciertos libros y ciertos cuadernos que allí guardaba de sus tiempos de escolante. Libros y cuadernos que a mí me evocaron por vez primera la figura preclara del gran D. Leandro; pequeños libros ilustrados con multitud de grabados, editados por Ramón Sopena, Sánchez Rodríguez y Saturnino Calleja, y cuadernillos grapados por el comedio, de pasta endeble y de hojas de una raya, que el niñito pasaba aceleradamente y atropelladamente en las rodillas del padre, sin el debido tiento que se imponía éste, a la búsqueda discriminada de los dibujos paternos desperdigados por el cuaderno."
"Mirando hoy esa escena costumbrista desde la distancia que interpone el tiempo, con la mirada adulta del que ya discierne, me veo de niño jugando temerariamente con lo que, más que un juguete, me resulta un tesoro. Y como oro en paño, precisamente, guardó siempre mi padre su material escolar en aquel baúl chapado de hojalata. Tesoro humilde de alguien humilde, pero tesoro al cabo, si quiera sea por cuanto daba noticia de cómo aquel maestro enriqueció a aquel alumno, de cómo, en plena postguerra, se permitió aquel niño el inmenso lujo – único lujo – de que le escolarizara un sabio."
"De cuantos dibujos salpicaban los tan traídos y llevados cuadernos de mi padre, sólo recuerdo uno: el de una comitiva dirigiéndose a la iglesia en Nochebuena; el reloj de la torre detenido en las doce y la figura de un gallo encaramada en el caballete del templo aludían a la Misa de Medianoche. La memoria – siempre selectiva – me ha borrado el resto."
"Pero la memoria – siempre selectiva – me ha mantenido fresco el mural aquel que ejecutó tu abuelo en el interior de una de las clase de las nuevas escuelas: dos escenas, pintadas a ras del techo, se repartían, a partes iguales, el muro situado a la derecha de la puerta; la una figuraba una manada de caballos solazándose en la era, mientras la otra mostraba una manada de reses. Día tras día, de septiembre a junio, contemplando esa obra (cuando en otra clase no hubiera mirado sino a las musarañas) se me antoja hoy tiempo bien aprovechado. Como de buen provecho me resultó, hace mucho, cierto cumpleaños de tu tía Micaela (¿un 29 de febrero?). Terminada la misa de la tarde, siendo yo monaguillo y ella feligresa habitual, tuvo a bien convidarnos a un no-sé-qué, pero no en su casa, sino en la de su hermana Andrea (gran repostera, por cierto)."
"De aquella tarde en aquel salón yo no recuerdo la golosina ni el refrigerio; sólo la muchísima hermosura que allí se mostraba bien placentera en un lienzo y en otro, y en otro... Todo lo que yo había oído, referente al genio de D. Leandro Ayuso, se quedó corto, de pronto, en relación con lo que estaba viendo: Cuadros y más cuadros – de exposición antológica podría hablarse – embellecían el hogar del consumado buscador de la belleza que fue tu abuelo. Ante ellos acabamos desfilando los monaguillos, con tu tía al frente, como si de estaciones de un viacrucis se tratara. Recuerdo bien una Inmaculada de medio cuerpo y toda una multitud de bodegones, a cuál más llamativo. La mejor fruta del tiempo se hallaba allí eternizada por la mano del maestro, y no pocas series de la cerámica de Puente del Arzobispo se encontraban allí representadas sobre lienzo. Mi admiración por D. Leandro Ayuso ya no podría crecer más en lo sucesivo."
"Admirable me pareció siempre el tratamiento que supo dar a la loza (ese realismo conseguido hasta en las melladuras y en las tachas, esa calidad conseguida en el vidriado, más evidente aún, cuando el cacharro permite diferenciar el barro cocido del esmaltado…) y, sobre todo, su increíble capacidad para la composición de los bodegones. Pero – ¡ay, amiga! – yo he contemplado algún paisaje de Villar salido de su mano donde el autor se muestra como un orfebre; cuadros de pequeño formato pero tan minuciosos, con tanto gusto por el detalle, que parecen remitir a los antiguos flamencos. Y sin ninguna estridencia cromática (una constante en toda su obra): esa maravillosa fragua del pueblo, exenta, esquinada, hermoseando por sí sola en un paisaje de tonos pastel… Esa torre de la iglesia, pintada desde las antiguas escuelas, casi con rostro humano, posando para él con galanura, girándose casi, como hubiera posado, de haber podido, para un autorretrato… Esa Cruz Nueva, lugar señero de nuestro pueblo, que nos invita a adentrarnos gustosamente en la profundidad del cuadro por la deliciosa calle que desemboca en ella (un pequeño óleo que es, además, un testimonio documental del lugar en una época pasada)… En fin, maravillas creadas para el que tenga la suerte de maravillarse, y no tenga por menos que destocarse ante la obra de un hombre ungido. Y siempre hay alguien."
"Ahora entenderás, Gloria, por qué un don-nadie, como yo, se atrevió el año pasado – en el pregón de las fiestas patronales – a alzar su voz reivindicando la memoria de D. Leandro Ayuso en su propio pueblo. Bien sabe Dios que he preferido siempre la oración de agradecimiento a la oración de petición, pero al pedir una calle dedicada a tu abuelo parece claro que se aúnan ambas. ¡Que va a tener que pasar mucho tiempo hasta que nazca en Villar del Pedroso alguien de su talla!"





5 comentarios:

  1. El artista, Gloria, perdura siempre en su obra aunque nos falte. Murió tu abuelo, pero el pintor sigue ofreciendo, generación tras generación, toda la belleza que creó en su día. Más que esperar su propio reconocimiento, el artista lo que espera es que alguien acabe reconociéndose en su obra. Y eso, tarde o temprano, siempre ocurre. El verdadero artista, lejos de cultivar su propio ego, lo que pretende cultivar son sensibilidades, porque sólo así se entiende el fin (y el origen) de su arte: el arte como don, como don recibido, sí, pero para ser donado, como don destinado a producir en un tercero una experiencia estética.
    Siendo el arte cosa de tres (del Creador, del recreador y del destinatario último) siempre va a existir ese alguien que acepte agradecido la oferta del artista, alguien sensible al que la ofrenda le sea agradable, alguien que encuentre el disfrute propio en el arte de otro, alguien que necesariamente se asombre y se conmueva ante la obra –como trasunto que es de la Belleza suma, de la Armonía divina - e inevitablemente se rinda ante el autor que la firma. Lo que Dios inspira el artista lo propone, y siempre hay alguien lo acepta (que no todo lo que sembró el sembrador a voleo cayó en tierra yerma o a la vera del camino); más difícil es que ese alguien tenga ocasión de manifestar ese asombro y su posterior agradecimiento. Y eso precisamente es lo que tú me brindas en este espacio. Un espacio que –dicho sea- para mí ha resultado un feliz hallazgo, por la sensibilidad con que trenzas literatura, espiritualidad y pintura, tres inquietudes que también yo tengo. Y, por si ello no fuera suficiente causa de empatía, héte aquí que me encuentro en este blog un sentimiento que bien conozco, un sentimiento que está expresado con una letra que no es la mía pero que se le parece mucho: el amor declarado a un pueblo, a Villar de Pedroso, el pueblo de tu madre y el pueblo mío.

    ResponderEliminar
  2. Si hablamos de tu abuelo, D. Leandro Ayuso, convendrás conmigo en que estamos hablando de todo un humanista, de un hombre con una mente privilegiada y con unas manos tan prodigiosas que se diría de otro tiempo, pero que supo poner luz como nadie en su propia tierra cuando más se necesitaba. Su indumentaria al uso (le recuerdo con sombrero y sin sombrero, con cachimba y sin cachimba, y muy frecuentemente con guayabera) nunca consiguió ocultarnos al hombre del Renacimiento que en sí llevaba (y al que nunca quiso sacar de Villar del Pedroso, para bien nuestro). Tu abuelo Leandro Ayuso era mucho D. Leandro…Mi admiración por él no sé concretamente cuando nace, pero sí sé precisamente de dónde: de donde yo he nacido, de mi propio padre. Él me enseñó a admirar a su maestro. De él hablaba y hablaba sin repetirse, cuando hablar en familia al amor de la lumbre era un verdadero arte. Rara era la noche en que el niño que yo fui no conseguía que su padre se acabara levantando de la silla de enea, se dirigiera al baúl que los dos sabían, y volviera cargado de ciertos libros y ciertos cuadernos que allí guardaba de sus tiempos de escolante. Libros y cuadernos que a mí me evocaron por vez primera la figura preclara del gran D. Leandro; pequeños libros ilustrados con multitud de grabados, editados por Ramón Sopena, Sánchez Rodríguez y Saturnino Calleja, y cuadernillos grapados por el comedio, de pasta endeble y de hojas de una raya, que el niñito pasaba aceleradamente y atropelladamente en las rodillas del padre, sin el debido tiento que se imponía éste, a la búsqueda discriminada de los dibujos paternos desperdigados por el cuaderno. Mirando hoy esa escena costumbrista desde la distancia que interpone el tiempo, con la mirada adulta del que ya discierne, me veo de niño jugando temerariamente con lo que, más que un juguete, me resulta un tesoro. Y como oro en paño, precisamente, guardó siempre mi padre su material escolar en aquel baúl chapado de hojalata. Tesoro humilde de alguien humilde, pero tesoro al cabo, si quiera sea por cuanto daba noticia de cómo aquel maestro enriqueció a aquel alumno, de cómo, en plena postguerra, se permitió aquel niño el inmenso lujo –único lujo- de que le escolarizara un sabio. De cuantos dibujos salpicaban los tan traídos y llevados cuadernos de mi padre, sólo recuerdo uno: El de una comitiva dirigiéndose a la iglesia en Nochebuena; el reloj de la torre detenido en las doce y la figura de un gallo encaramada en el caballete del templo aludían a la Misa de Medianoche. La memoria –siempre selectiva- me ha borrado el resto.

    ResponderEliminar
  3. Pero la memoria –siempre selectiva- me ha mantenido fresco el mural aquel que ejecutó tu abuelo en el interior de una de las clase de las nuevas escuelas: Dos escenas, pintadas a ras del techo, se repartían, a partes iguales, el muro situado a la derecha de la puerta; la una figuraba una manada de caballos solazándose en la era, mientras la otra mostraba una manada de reses. Día tras día, de septiembre a junio, contemplando esa obra (cuando en otra clase no hubiera mirado sino a las musarañas a las musarañas) se me antoja hoy tiempo bien aprovechado. Como de buen provecho me resultó, hace mucho, cierto cumpleaños de tu tía Micaela (¿un 29 de febrero?). Terminada la misa de la tarde, siendo yo monaguillo y ella feligresa habitual, tuvo a bien convidarnos a un no-sé-qué, pero no en su casa, sino en la de su hermana Andrea (gran repostera, por cierto). De aquella tarde en aquel salón yo no recuerdo la golosina ni el refrigerio; sólo la muchísima hermosura que allí se mostraba bien placentera en un lienzo y en otro, y en otro... Todo lo que yo había oído, referente al genio de D. Leandro Ayuso, se quedó corto, de pronto, en relación con lo que estaba viendo: Cuadros y más cuadros - de exposición antológica podría hablarse- embellecían el hogar del consumado buscador de la belleza que fue tu abuelo. Ante ellos acabamos desfilando los monaguillos, con tu tía al frente, como si de estaciones de un viacrucis se tratara. Recuerdo bien una Inmaculada de medio cuerpo y toda una multitud de bodegones, a cuál más llamativo. La mejor fruta del tiempo se hallaba allí eternizada por la mano del maestro, y no pocas series de la cerámica de Puente del Arzobispo se encontraban allí representadas sobre lienzo. Mi admiración por D. Leandro Ayuso ya no podría crecer más en lo sucesivo.
    Admirable me pareció siempre el tratamiento que supo dar a la loza (ese realismo conseguido hasta en las melladuras y en las tachas, esa calidad conseguida en el vidriado, más evidente aún, cuando el cacharro permite diferenciar el barro cocido del esmaltado…) y, sobre todo, su increíble capacidad para la composición de los bodegones. Pero -¡ay, amiga!- yo he contemplado algún paisaje de Villar salido de su mano donde el autor se muestra como un orfebre; cuadros de pequeño formato pero tan minuciosos, con tanto gusto por el detalle, que parecen remitir a los antiguos flamencos. Y sin ninguna estridencia cromática (una constante en toda su obra): Esa maravillosa fragua del pueblo, exenta, esquinada, hermoseando por sí sola en un paisaje de tonos pastel… Esa torre de la iglesia, pintada desde las antiguas escuelas, casi con rostro humano, posando para él con galanura, girándose casi, como hubiera posado, de haber podido, para un autorretrato… Esa Cruz Nueva, lugar señero de nuestro pueblo, que nos invita a adentrarnos gustosamente en la profundidad del cuadro por la deliciosa calle que desemboca en ella (un pequeño óleo que es, además, un testimonio documental del lugar en una época pasada)… En fin, maravillas creadas para el que tenga la suerte de maravillarse, y no tenga por menos que destocarse ante la obra de un hombre ungido. Y siempre hay alguien.
    Ahora entenderás, Gloria, por qué un don-nadie, como yo, se atrevió el año pasado –en el pregón de las fiestas patronales- a alzar su voz reivindicando la memoria de D. Leandro Ayuso en su propio pueblo. Bien sabe Dios que he preferido siempre la oración de agradecimiento a la oración de petición, pero al pedir una calle dedicada a tu abuelo parece claro que se aúnan ambas. ¡Que va a tener que pasar mucho tiempo hasta que nazca en Villar del Pedroso alguien de su talla!

    ResponderEliminar
  4. Muchísimas gracias,por estas palabras,que me han llegado a lo mas hondo del corazón y me han hecho remover muchos recuerdos

    ResponderEliminar
  5. No hay nadie mas afortunado, que el que sabe descubrir el valor de los pequeños tesoros que nos ofrece la vida, y aunque menospreciados por la mayoría,él los recoge en su corazón y los hace propios, para así engalanar y dar color a la memoria, que nos traslada a épocas doradas y se releé como hace un niño con un tebeo viejo.
    (visita mi blog http://jesusarnanzayuso.blogspot.com.es/ )

    ResponderEliminar